La guerra por mi cuenta (2018-2022)

Aducía Ernst Jünger que a menudo olvidamos el inmenso poder que tiene la batalla solitaria, la lid del emboscado, en suma, la guerra por nuestra cuenta. Ponía Jünger el ejemplo de un simple “no” emitido en una votación donde un 99,99 % ha votado que sí. Justo cuanto más inmenso es ese consenso contrario, justo cuanto más avasalladora resulta la tendencia de los vencedores, justo entonces, más inquietante les resulta ese “no” solitario. Cuando uno ninguna tajada saca, ni parece que jamás pueda sacar, de su “no”, ni siquiera la esperanza de una victoria lejana o la compañía de otros luchadores, ¿acaso entonces no cobra ese disenso un lustre moral especial? ¿No adquiere ahí más sentido considerarlo ético en lugar de interesado, admirable en vez de meramente hábil, personal en lugar de gregario?
Las guerras por nuestra cuenta pueden al final ser, al menos en sentido moral, guerras bien rotundas.
Y, desde luego, es también una boyante rotundidad lo que el lector hallará por las páginas de este volumen. Rotundidad desde el punto de vista de la valentía guerrera; mas rotundidad también desde el punto de vista de la solidez de su arsenal argumental. Flores Juberías ha ido festoneando, durante cinco años, los acontecimientos que hemos vivido con columnas en las que la fe en el Derecho, la esperanza en alcanzar una sociedad más crítica y el amor a España constituyen su personal tríada de virtudes intelectuales.
Pero quizá ya viene un tiempo en que las virtudes oportunas despiertan de nuevo, aunque sea en otros batallones. Quizá llega el momento en que ya sí podemos acudir a la lid a campear con otros hermanos de armas, que al igual que nosotros se han apercibido, con alivio, de que no estaban, de que no estábamos solos en nuestro bando. Quizá llegan días de aflicción y fatiga (ocurre en toda guerra), pero también de victoria y esperanza –y tanto las primeras como las segundas se viven mejor en compañía–. Quizá esté arribando esa época nueva. Y si, además, desde hace seis años (ya lo aduje al inicio) uno tiene la fortuna de compartir hueste con Carlos Flores Juberías, entonces ello dota a la pugna a la que nos aprestamos de un garbo especial.

(Del “Prólogo”, por Miguel Ángel Quintana Paz)