El protagonista de esta novela se asemeja a un funambulista que intenta mantenerse sobre una cuerda —floja— cuyos extremos van desde la incertidumbre hasta el miedo más irracional, mientras el único equilibrio que no le permite despeñarse por el precipicio es la pértiga formada por los buenos recuerdos que tiene de sus hijas y de su mujer agolpándose en su mente.
A pesar de ello, invito a toda persona amante de la lectura a hacer un ejercicio en el que se extrapolen las causas que abordan la vida del principal personaje del relato a una misma.
¿Qué haría quien estuviese en posesión de las páginas que tras esta reseña se exponen si supiera que dispone tan solo de unos meses de vida en buenas condiciones de salud?
¿Dónde iría?, ¿qué diría a sus seres queridos?, ¿cómo querría que le recordaran? En definitiva, ¿qué haría y cómo lo haría?
Todas estas cuestiones, y otras, navegan en aguas turbulentas y se dejan llevar por las corrientes de unas narraciones —unas veces crueles, otras trazando matices sensibles—, que pretenden atrapar al lector con decisión, pero sin llegar a ahogarlo.
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